Suena Damas Gratis en vivo, entre birras y meneo me comentan sobre una carrera en la que se corre y acampa en la montaña. Lindo combo que me motiva a seguirlo en redes.
Es así cómo me entero del voluntariado, son varias las áreas en los que me puedo postular. Apunto a puestos de abastecimiento, prometen zona de acampe sobre la ruta de los corredores, todas las comidas (vegetariana incluida) y algo de indumentaria. Pasados unos meses me alegro con la convocatoria. Es así cómo me sumo en una llamada grupal en la que informan sobre las tareas. Es Noviembre, un metro de nieve en la montaña mete miedo, el frío no me simpatiza. Espero que para Diciembre, mes de la carrera, el tiempo cambie.
El evento es internacional y de renombre. A lo largo del año se realizan varias competiciones, está última viene a dar el cierre y a coronar al campeón.
Siempre me gustaron los voluntariados, la idea de prestar servicio en actividades que no estoy acostumbrado y estar del otro lado del mostrador siembra algo nuevo.
Cuál será nuestro destino es todo un suspenso, no lo supimos hasta que nos presentamos. Me preparé tanto psicologicamente como de equipo y abrigo.
La acreditación es en el cerro Catedral, llego a dedo gracias al amable gesto del pueblo barilochense.
Hace frío, nos dicen de dormir en el depósito o acampar en el Campamento 1, si es que podemos llegar por nuestros medios. Dudo pero me sumo a Boti y Rodri (voluntarios) que están motorizados.
El campamento está montado frente al lago Gutiérrez (Complejo Los Baqueanos). ¡Hermoso! Caballos y ovejas rodean la carpa. La organización comienza a mostrar sus falencias, cenamos después de las 23, pero todo es nuevo y divertido. Aún más cuando nos enteramos que los chicos del depósito cenaron más tarde ravioles congelados.

5 am un gallo madrugador oficia de alarma. 7 am encaramos rumbo al Catedral. 8.15 estamos preparando el Oasis (así se le llama al puesto de abastecimiento donde se brinda agua y comida a los corredores). Contamos con un referente y dos compañeres que cuentan con experiencia previa.
Pero no es suficiente. Falta agua y elementos básicos. El equipo tiene actitud y es pro-activo. Le encontramos la vuelta. Asumo varios roles, me piden que me posicione en un lugar estratégico guiando a los corredores. A los minutos se acerca otra persona indicándome que vuelva a la carpa. ¡No problem! Me pongo la camiseta cortando frutas. Hay sandía, banana, melón y naranja a montones.
Nos indicaron que todos los corredores se deben llevar una linda experiencia. Nuestra función es también racionar las provisiones para todo el encuentro. Es por ello que no abarrotamos las mesas, sino que tenemos todo listo para la recarga cuando llegue el momento.
La persona que cambió mi ubicación corre para todos lados, muy activo, reparte tareas y órdenes sin importar lo acordado.
Falta poco para que llegue el grueso del pelotón. La desesperación en su rostro y acciones es notable. Quiere todo sobre la mesa, sin importar el mañana.
Pregunta por el dulce de membrillo. Si ya está cortado. Nuestra referente, Thao, le responde que sí.
Hago una pausa; ella es una voluntaria más. Es un amor, siempre preocupada por nosotros y principalmente que todo salga bien. Pura vocación y compromiso.
Le vuelve a preguntar, pero esta vez de muy mala manera y a los gritos. Yo sabía que no estaba cortado, lo tenía a mi lado. Ella se lo vuelve a confirmar. Pide que se lo muestre. La verdad sale a la luz.
- “Eso no es cortado”.. Thao vuelve hacia mí con cara de pocos amigos.
¿Quién es este loco? Me pregunto por dentro. No tengo idea, pero es jefe seguro.
Con alta cuchilla en mano, detrás de todo el equipo con el flaco de frente levantó la voz por sobre la de él.
- ¡Dale che, vamos a ponernos las pilas, llenemos todo y a mandarle mecha! ¡Vamo equipo!
Todos se quedan duros, me miran, y activan. El jefe me clava la mirada, me señala y me dice: “Flaco, vení!”. ¡Para qué hablé! Por bocón me lleva a gritar a otro lado seguro. Me voy acercando buscando una sonrisa pero no hay señales.
- “No te hagas el vivo eh!” (¡Que! Esa no la esperaba.)
- No te equivoques, nada que ver, nos dijeron una cosa, venís con otra, la idea es hacerte caso.
- Listo, listo.
- No. No te lo tomes personal.
- Ya está. Ya está.
El loco está pasado de rosca.
Vuelvo a mi posición. Agarro la cuchilla y sigo cortando.
Se acerca un compa y me dice: “Es el dueño de la carrera.”
Ufff! Divino!
Fue una locura. Muchas tareas, exigencias y euforia. Habrán sido 4 horas a puro ritmo. Lejos de lo esperado para un voluntario.
Sobre el final, el dueño se acerca, nos felicita y pide disculpas por lo ocurrido. Fue un buen gesto. Se lo siente muy involucrado.
Somos el segundo oasis, el primero se encuentra en el refugio “Punta Nevada“. Sobre el cerro Catedral. Sabemos que tiene una hermosa vista. Se llega en teleférico. En estos días de frío recomiendan que solo vayan los que toleran las bajas temperaturas y cuenten con buen abrigo.
El último corredor pasó alrededor de las 14. Toca limpiar y preparar el puesto para el otro día.
Recién allí podemos almorzar. Mi vianda es un sándwich con una feta de berenjena más una hoja de lechuga y una rodaja de tomate. ¡Muy pobre para después de estar corriendo todo el día!
Estamos libres, pero volver al campamento corre por nuestra cuenta. Por suerte un compa se pone la 10 y nos lleva en su auto particular.
Hace frío y el plan de una ducha de agua caliente se ve frustrado. Cometo la locura de bañarme con agua fría. ¡Cualquiera!
Pero lo peor está por venir. Son las 19.30 y cuando quiero cenar me entero que a los voluntarios nos toca después de todos los corredores. ¡INCREÍBLE! ¿Y eso cuándo es? Teóricamente a las 21. Luego de rechazarnos en varias oportunidades terminamos comiendo a las 22.30 unos fideos con salsa fríos.
Si esto sigue así me voy a la mierda. El único motivo que me mantiene allí es conocer el oasis en el cerro y que la cosa cambie para bien.
Baja una orden de repetir los grupos, la idea de subir se pincha, hay viento y mucho frío. Tampoco me tienta. Puedo esperar un día más.
La vianda es una cagada. Si no llevo mi comida paso hambre. Y no solo los veggies. Mis compás están igual o peor, dos empanadas no es un almuerzo. Nos sentimos defraudados y desatendidos por parte de la organización. La única respuesta de nuestro referente es justificarse en que él come lo mismo y que elevó el mensaje.
Somos la cara visible. Un contacto directo con los participantes en un momento clave. No comprendemos porque nos tratan así.
Lo reconfortante es la satisfacción de los corredores con la devolución de sonrisas y agradecimientos. Los primeros en llegar son atletas de alto nivel, ni te miran, están muy comprometidos en sus tiempos y la competencia. Son 3 días de 30 km más o menos en desnivel por la montaña. A medida que avanza el pelotón se vuelven seres más normales, de esos que disfrutan el camino.
Se va terminando el segundo día. Estoy enojado, mal dormido y mal comido. Pero un nuevo motivo para quedarme se presenta en el camino. O mejor dicho en la fila para la comida. Pego onda con More.
Ella es voluntaria en el área de “campamento”. Si nosotros estamos mal, ¡Ellos peor!. Arrancan 5 am, horarios cortados, mal trato y tareas cansadoras son parte de su rutina. No tienen tiempo ni para disfrutar del lago. Unificamos grupo y hacemos catarsis entre todos.

Dentro de lo malo, siempre algo se rescata. Una vez más las personas hacen la diferencia. Se arma un grupo súper piola. Nos ponemos de acuerdo en imponer nuestras reglas. De toque armamos juntada nocturna frente al lago con vino tinto y sustancias.
Al tercer día la cosa va tomando otro color. Subo al refugio en teleférico. Nos reciben con unos leños encendidos y una vista hermosa. Un sol radiante derrite la nieve y Bariloche muestra todo su encanto.

Atendemos a los corredores a puro ritmo. Son las 12 del mediodía y estamos libres. La bajada depende de nosotros. Tranquila por un sendero marcado.
La comida escasea. El traslado no llega. Quieren que esperemos allí hasta las 17. Por suerte Boti se pone la 10 una vez más y nos lleva al campamento. Pero aquí no termina la cosa, un incidente en la cocina hecha a perder gran parte de la comida. ¿Y cúal fue la primer reacción? Los voluntarios no cenan. ¡Que! Muchos se fueron a dormir. Yo y un par más nos quedamos a esperar. Era el colmo. Un señor mayor, con cara de malo y de muy mala manera nos terminó dando una sopa fría con tres granos de choclo.
Lo único que puede salvar la experiencia es Morena y su sonrisa. Y parece que el universo está de mi lado. Nos ponemos de acuerdo y decidimos “aguantar” un día más. Con ello no dejamos de garpe al resto y organizamos nuestro escape.
El último día no iba a sorprender. Nunca aparecieron las comidas ni los traslados. Menos unas disculpas o un agradecimiento en persona. Y para coronar el destrato, nos prometieron llevarnos desde el campamento hasta el cerro Catedral al mediodía, luego a las 14, son las 15.30 y no hay noticias. Tuve que ponerme la camiseta de sindicalista y dialogar de mala manera con el dueño y la encargada principal para que nos brinden un mínimo gesto de cariño y nos permitan volver a controlar nuestras vidas.

Me quedo con un sabor amargo. Me sentí muy defraudado por parte de la organización. Cero cuidado. Me hicieron sentir en todo momento el último orejón del tarro. Por suerte no es mi primer voluntariado e intenté transmitir a mis compañeros primerizos que está fue solo una mala experiencia. Me llevo muchas cosas lindas de las personas con las cuales compartí. Pero no se lo recomiendo a nadie, salvo que quieras sentirte denigrado y maltratado gratis por unos cuantos días.
Pero la experiencia no podía dejar un sabor amargo. El universo que todo lo puede nos volvió a encarrilar en el camino deseado. Hicimos equipo con More y le pusimos un moño subiendo el cerro López rodeados de nieve bajo el suave flotar de un cóndor. Pausamos el tiempo. Cambiamos el aire.

Con Confianza
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