Mi compañera de viaje Agus consigue un dato para trabajar en un hotel ubicado sobre una zona desierta y olvidada de Australia, pero no se anima a ir sola. Me tienta a acompañarla, no dispongo de planes, y la idea de conocer una parte inhóspita me resulta atractiva.
La presentación fue corta, recorrimos las instalaciones junto a Mike (encargado), visitamos nuestras habitaciones y conocimos la rutina del hotel. No entiendo cuáles serán mis funciones, pero copiar a mis compañeros ha sido una fórmula bastante efectiva.
Una semana ha pasado desde nuestra llegada, las actividades laborales son agotadoras pero tolerables. Es viernes y día de cobro, Mike se acerca a solicitarme los datos bancarios para realizar el depósito, al no tener permiso para trabajar no cuento con ello, fiel al estilo argento, invento excusas para ganar unos días.
Evito cruzarlo en todo momento, pero ya es inevitable, debo encararlo y contarle la verdad. Agus se copa y me ayuda, aunque los nervios son más fuertes que ella y se quiebra. Me encuentro solo con monosílabos y gestos para explicar un “malentendido” al que le quiero encontrar una solución favorable.
Su actitud demuestra que este tipo de situación no es común y decide llamar a la dueña delante nuestro. Sus primeras palabras fueron: ¡Oh my god!, siento pánico en su tono de voz, la cosa no pinta bien.
Aquí el trabajo en negro no es moneda corriente, las multas son muy costosas para los empleadores y nadie toma dicho riesgo. El miedo me llega a mí también, al punto que veo un patrullero y me escondo. Me siento perseguido, a un paso de ser extraditado.
- Julian, Mike te espera en su oficina.
¡Nervios! Golpeo, entro, Mike está al teléfono con la dueña, voy tomando palabras al vuelo, entiendo que no puedo trabajar más, pero que me puedo quedar unos días hasta que junten el efectivo para poder pagarme. A todo lo que me dice asiento con la cabeza mientras miro, algo perdido, a Agus, que me hace señas de que todo está bien. Varias palabras me llaman la atención: esposo, Nathan, Circo y Broome.
Quedo recalculando, siento que la situación me resulta favorable, y cuando termino de entender es mejor aún. La onda es que Nathan, ex esposo de la dueña, tiene un circo que viaja por la costa oeste ofreciendo presentaciones en diferentes pueblos. Para personas sin visa de trabajo el circo es una excelente salida laboral, ya que se paga en efectivo, hay mucho recambio de gente y viajas por el país ¡GRATIS! Lo había escuchado de otros viajeros: aventura pura. Lo pedí y me llegó.
Mi primer sueldo “oficial” fue de $964 dólares australianos por un total de casi 60 horas, con la excusa de que no contaban con efectivo me pagaron menos de lo acordado, ¡está todo bien!, no tengo sindicato.
Broome es la próxima ciudad en donde va a presentarse el circo y es aquí donde surge la magia. Dos amigos de Turdera me recomendaron la ciudad y me invitaron, pero las probabilidades de encontrarnos eran nulas. Hasta este momento. Ahora, me encuentro de camino hacia una de las ciudades costeras más prometedoras de la costa oeste.

Pame y Nico me recogen en su van equipada para viajar, mientras le cuento la historia nos dirigimos a la playa en donde me presentan a sus amigos Juli, Manu y Facu. Ellos son Argentinos, pegamos buena onda de toque y me invitan a sumarme a su camping prestándome carpa, manta y algunos utensilios básicos.
Aquí se respira aire de comunidad, nos ayudamos entre todos, lo que descarta uno es súper bienvenido para otro. El tema de charla en común son los laburos, algunos quieren trabajar más y hacer dinero para continuar el viaje, otros solo lo mínimo para disfrutar de la playa y el buen clima. Los que la tenemos difícil somos los latinos sin papeles con poco margen de elección.

Así es como doy con un cordobés, no puedo recordar su nombre, pero sí su fanatismo por Rosario Central y su síndrome de abstinencia por el fernet. Flojito de papeles, pegamos onda y salimos juntos de cacería tras un dato. Por la playa hay un típico paseo de camellos a la vera del mar, la empresa de chaleco amarillos es comandada por un viejo garca, que trata mal a la gente, paga de mala gana, pero lo hace sin pedir permisos laborales.
Sin rencores logramos la entrevista y nos presentamos a laburar. El espacio es como una chacra, los camellos encerrados en el fondo y animales por doquier. Luego de una breve introducción comenzamos a prepararlos con sus monturas, es un bicho grande, más que un caballo, al acostarse se abalanza primero hacia delante y luego para atrás, los pliegues de sus piernas delanteras son diferentes a las traseras. Es divertido ver como saborea las zanahorias recibidas de premio por su buen comportamiento.
Mi tarea es muy sencilla, tengo una bolsa en donde juntar su caca en determinados sitios, como hoteles y casas ostentosas. La consistencia es parecida a la de los caballos, no me da asco, peor se la lleva el cordobés, no para de subir y bajar médanos buscando la mejor foto.

El objetivo del tour es lograr una postal con los camellos a la vera del mar en un rojo atardecer reflejado en un espejo de agua sobre la arena. ¡Es precioso! Pero todo él detrás de escena no va con mi filosofía de vida.
Los turistas tratan muy mal a los animales, cuando presenta alguna actitud en contra de lo que el humano solicita, el dueño con una varita lo asusta o le pega. Con la excusa de que no lo siente, abusa del dominio especista mientras el resto actuamos de forma indiferente.


La jornada laboral abarca gran parte del día, eso es bueno ya que se paga por hora. La vuelta sucede sin complicaciones, desmontamos a los camellos y los volvemos a encerrar en su “hogar”. Llega el momento del pago, con una sonrisa me dice:
- Buen trabajo, mañana a la misma hora.
La decisión está tomada, la paga es buena, pero no voy a ser cómplice de este maltrato. Con los mejores modales le digo que no voy a continuar, no se lo toma de la mejor manera y entre risas falsas me paga menos de lo acordado.
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Con Confianza
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